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¿De qué se trata este


La Fundación Ratón de Biblioteca, desde 1981 ha trabajado por la cultura, la educación y la formación de lectores críticos, creativos y autónomos en la ciudad de Medellín y en Colombia, es por ello que hoy les presentamos este proyecto que nos encanta: “Artistas de mi barrio”, que está enmarcado en la dimensión “La Calle invita” donde los territorios son aulas abiertas, donde la calle adquiere un carácter educador y los artistas que habitan en los territorios se convierten en unos aliados para enamorarnos de las distintas formas de expresión y encontrarnos con los otros en sus propios mundos, en sus propias realidades.
Los recorridos barriales serán combinados con las expresiones del lenguaje para indagar sobre la condición humana. En los recorridos tendremos una estrecha relación con esos símbolos que nos nombran, invitan a construir identidades, viviremos experiencias formativas que hacen uso de lenguajes estéticos como la literatura, las artes plásticas y la música. Leeremos el territorio y la vida, a través de la vida y obra de artistas, viviendo sus experiencias territoriales.
Emprenderemos un viaje que promueve aprendizajes que despiertan lo mejor de cada persona, desarrollan la capacidad de conectar con la vida para transformar el entorno y comprometerse constructivamente con la sociedad.” Se plantea un viaje de experiencias vitales para que los asistentes a los recorridos encuentren, a través del arte, una oportunidad para descubrir gustos, pasiones e intereses, y explorar el conocimiento a través de metodologías vivenciales.
Conoce un poco sobre la historia de


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Un recorrido por castilla...
Al barrio Castilla le fue dado ese nombre en honor al día de la raza y, según la información obtenida, el nombre “Castilla” tiene un significado mucho más criollo, ya que fue tomado de la “Hacienda el castillo”, una finca en guadua en forma de castillo de propiedad de un nuevo rico de la ciudad llamado Rafael Pérez, quien contrató al arquitecto Juan Lalinde para que lo construyera arriba de lo que es hoy la calle 65 con la 98, entre la plaza de mercado de Castilla y el ITM, por allá en los años treinta.
Con los años, este se convirtió en lugar de paso de quienes debían atravesar a pie o a caballo por caminos y quebradas como la Madera, La Castilla, la Picacha, la Quintana, etc. Cuentan que por esos lados bajaban hasta lo que es hoy la calle 94 con la 65 a coger el primer carro Escalera traído por Pedro Luis Villa al barrio para transportar a menos de un centavo, hasta el Centro, a los pocos habitantes que hacían parte de esta montaña cuando bajaban o subían del Centro donde iban a comprar el mercado, cuando el Picacho comenzaba en la carrera 65, Medellín solo era una aldea y el parque de Berrio y el Pedrero, su Centro.
BIBLIOTECA LA ESPERANZA Y EL PLANCHON.
Doña Elvia Piedrahita, una de sus fundadoras, a quien le fue asesinado uno de sus hijos, víctima de esa violencia de los noventa, me cuenta que su esposo le compró a la familia de los Cock, por allá en 1964, un terreno por 4 mil pesos. Tiempo en que comienzan a levantarse las primeras casas en adobes, material que mostraba su gran crecimiento, dejando atrás esa época de invasión pirata de terrenos de los años veinte, y de fundación de ranchos en caña brava de los años 30 a los 50. Comenzó a consolidarse como barrio en los 60 y 70, dando paso a su inminente modernización en las década del 80, 90 y el 2000.
Doña Leonila Cossio, otra de las fundadoras de la Esperanza, decía: “Los materiales se traían al hombro desde el bar los Tangos situado en la calle 96 con la carrera 68, había que subir las tejas, los adobes, las varillas, el cemento al hombro porque no había por donde entrar carro, y se hacían unas peladuras esos hombres en la espalda”.
Miguel Restrepo, uno de sus organizadores comunitarios, además de gestor cultural, recuerda en uno de los conversatorios en la Biblioteca Familia la Esperanza: “Desde la 73B yo debía bajarle a mi papá las botas de plás˜ico hasta los Tangos para que pudiera subir por el camino pantanoso cuando venía de trabajar”.
Decía los trabajos que tuvieron que pasar para tener el barrio soñado, “fue un gran reto el solo hecho de tener que pavimentar las calles, hacer nuestro propio alcantarillado en las noches, para canalizar las aguas sucias y tener un barrio más limpio”.
Construcción de la que fueron de gran ayuda los curas Jerónimo Joris y Rogelio, padres que llegaron a Cali en 1954 y a Medellín en 1968, que hacían parte de la comunidad religiosa Asuncionista Belga que se esparció por toda América la˜ina impulsando la construcción de muchas iglesias y barrios que, desde su filosofía de la Teología de la Liberación, trabajaron por los más desprotegidos.
Biblioteca la Esperanza
La Biblioteca inició al lado de la iglesia el Santo evangelio. Daryeny, una de las usuarias actuales de la Biblioteca, dice:
“Yo la conocí desde que estaba al lado del colegio (actualmente Institución Educativa La Esperanza), hace ya muchos años. Iba a prestar libros, pero empecé a acercarme más cuando mis hijas estaban en la escuela y venían a los talleres que hacían aquí. Desde ese momento, hace 20 años, permanezco más en la biblioteca, traigo a mi hija pequeña y a mi nieta, y hago parte de varios talleres”, dijo minutos más tarde Daryeny, no sin antes destacar lo significativo que es para ella que la biblioteca siga conservándose para los niños. “Así como mis hijas disfrutaron de este lugar hace 20 años, que todavía exista un espacio para que la comunidad y los niños puedan aprovecharlo es una gran ventaja y alegría a la vez”.


La Biblioteca nació de dos mujeres, Blanca Chavarría y Clarisa Muñoz, quienes se empeñaron en que un pequeño salón, ubicado detrás de la sacristía de la naciente parroquia El Santo Evangelio, funcionara como biblioteca; aunque para ello necesitaban el respaldo de los sacerdotes Jerónimo Joris y Daniel Guillard. Los dos eran belgas y asuncionistas, habían llegado al barrio como misioneros y encontraron, en esta comunidad pobre y abandonada, un territorio fértil de ideas y esperanzas.
Fueron, en parte responsables, de significativas obras como la construcción de la cancha La Maracaná, el salón comunal y el Colegio Cooperativo (actualmente Institución Educativa La Esperanza). Eran sacerdotes que trabajaban hombro a hombro con la comunidad, algo que generó molestia en las esferas eclesiásticas de la ciudad, y sin dudarlo dieron su visto bueno al proyecto de la biblioteca.

