La literatura colombiana me ha acompañado durante muchos años, ha sido mi faro en muchas noches de angustia, me ha posibilitado un norte, me ha construido y forjado a través de las palabras. Rememoró donde radica esa necesidad de leer lo nuestro y es justo desde la niñez cuando leía a Rafael Pombo.
Por más que intento recorrer los estantes y dejarme cautivar por nuevas lecturas, siempre vuelvo a los escritores colombianos. Quienes con su prosa han puesto a nuestro país en boca del mundo.
Su manera de describir los paisajes, sus historias, relatos, personajes y hechos mágicos, el poder transportarse a la Colombia de hace algunos años. La forma de habitar y contar la ciudad, y la manera en adentrarse y describir lo rural; las selvas, las montañas, los climas tropicales y sus diferentes especies. Historias que muchas veces narran de una manera desgarradora la violencia del país y su influencia en los distintos contextos.
La literatura colombiana es tan diversa como nuestros climas y paisajes, la cual ha inspirado a cientos de poetas, donde han surgido movimientos literarios como el Nadaísmo, inspiró a nuestro premio Nobel (Gabriel García Márquez), y a muchísimos escritores siempre fieles a su diversidad estilística.
Después de haber recorrido muchas páginas, leído a grandes escritores, dejé que el azar me llevará a otras voces, y allí encontré una gran novela colombiana que los expertos han nombrado como un relato literario de gran valor, la cual puede estar al lado de nombres tan significativos de la narrativa colombiana como: María, La Vorágine, La marquesa de Yolombó, cien años de Soledad, El día señalado, La casa grande…
Las estrellas son negras, de Arnoldo Palacios. Una novela Afrocolombiana que radica justamente en la vida y el crudo ambiente físico y moral en que sobreviven las comunidades negras, mulatas y blancas en las paupérrimas poblaciones del Chocó.
La obra tiene la capacidad de ser contada gracias a la riqueza de su narrativa en un día y medio, Irra su personaje principal con apenas 18 años nos muestras la miseria, el olvido, el hambre, la desnutrición, sus precarias viviendas, la enfermedad y la muerte a través de su descripción en primera persona nos lleva a ser testigos de los punzantes problemas que hostigan el Chocó, una tierra tan olvidada.
Sus habitantes naturalizaban sus problemáticas, siempre pensaban que vendrían tiempos mejores, pero esos días nunca llegaron, porque cada día sus hogares amanecían sin que comer y sus hijos llegaban al mundo sin el pan bajo el brazo. Era la amarga sentencia donde la vida no valía un carajo.
“Irra empezó a sentir una desazón en el estómago. Hambre, ¿cómo era posible soportar tanto tiempo sin comer.
La desazón se iba esparciendo a todo el cuerpo… Sintió náuseas, un vahído… Se incorporó sosteniéndose del borde de la champa. Tenía ansias de vomitar.
Su garganta gorgoteaba y sentía que el estómago se le saltaba por la boca… pero nada arrojaba…Hasta que fue saliendo una cosa verde, viscosa, que sabía amarga…” pag 46, 47
La mesa siempre vacía; una pequeña mesa de madera ajada y pegada a la pared porque le faltaba una pata, los hermanos y la madre siempre a la espera de un agua panela, un plátano o una porción de arroz. Pero, la mesa nunca estuvo llena, solo una vez recuerda Irra cuando la madre le hizo un delicioso sancocho, y estaban tan hastiados que ni eran capaz de comer más… ¡Ah!, Pobre Irra como se saboreaba pensando en aquel sancocho. “Ni su mamá, ni sus hermanos habían pasado bocado, como no fuera esa saliva amarga, pastosa, que se estaban tragando ahora trabajosamente”.
La casa elevada sobre el río Atrato apenas unos metros, se estremecía bajo el caudal y fuerza que el río llevaba aguas abajo, parecía como si el tiempo se hubiese paralizado en aquel humilde pueblo, las mismas casas precarias, carcomidas por la miseria, suciedad y el aire enrarecido, a moho de queso.
“Algunas estrellas titilan eternamente y tienen el precio del diamante, y la de Irra era negra, negra como su cara”.
Su personaje principal hace todo el tiempo una denuncia social, y dentro de sus planes está colocar un granito de arena en su pueblo. El gobierno era malo, eran un montón de ricos que no sabían que era aguantar hambre, no ponerse un vestido y vivir en un hogar podrido. Irra tenía una vaga idea de la REVOLUCIÓN, se armó de mucho coraje y fue hasta su habitación a buscar el pedazo de hacha que lo haría victorioso con la muerte del intendente.
Lo mejor de esta novela es que esta realizada a partir de la lucha de sus personajes, de la inocencia que estos reflejan es todas sus acciones, pues un acto como poseer a otro que para estos tiempos no tiene mucha repercusión para Irra era el pecado mortal más grande, pues se sentía perseguido y maldecido. Tanto que dejó que es destino lo pusiera en el lugar indicado.
Leer este tipo de obras es dejarse encantar por otros escritores capaces de mostrar la realidad que vive el país, a veces tan ajena. Es interesante darle la oportunidad a otras lecturas colombianas, pues su fecha de publicación (1949) no fue en el momento más propicio, ya que Colombia tenía sus ojos puestos en otros hechos como la muerte de lideres sociales, partidos políticos que aún se disputaban el poder y matanzas en otros departamentos, así que los problemas del Chocó eran muy lejanos en ese tiempo.
Reseña por:
Maritza Montoya Pérez
Promotora de lectura
Fundación Ratón de Biblioteca